MI ESTANCIA EN BRONCHALES
MI ESTANCIA EN BRONCHALES
Quiero escribir una historia
de personajes reales,
que recuerdo de los tiempos
en que yo viví en Bronchales.
Empezaré por citar
al cura, Monje Francisco
del que me consideraba
como uno de sus amigos.
Era un señor no muy alto,
marcadamente moreno,
y que a mi me parecía
un hombre bastante bueno.
Parece que lo estoy viendo
invocando sus plegarías,
y a los fieles dirigiendo
sus extensivas “rogarías”.
El Alcalde era Don Lucas
apellidado Navarro
que pavimentó las calles
para que no hubiera barro.
El secretario Don Casto
marido de Doña Elena,
con el que jugué al guiñote
partidas bastante buenas.
El médico Don Manuel
llevaba allí muchos años
y estaba perfectamente
adaptado al pueblo maño.
Era un señor muy sutil
como gallego que era,
y que con toda la gente
se llevaba de primera.
Don Ignacio, un burgalés
era un hombre extraordinario
que llevaba algunos años
allí, de veterinario.
En esa época se fue
a su tierra, a su abrigo,
por él vino Don Francisco
que también fue un gran amigo.
Enrique era el alguacil,
el que de mañana y tarde
con su trompeta anunciaba
los mandatos del Alcalde.
También anunciaba Enrique,
pregonando en cada esquina,
la llegada de aquel sastre
que venía de Molina.
O que había un hombre que ofrecía
como trueque a los vecinos,
por un kilo de jamón
el daba dos de tocino.
El cartero era el tío Blas
que me causaba alegría
cuando a mi casa llevaba
carta de mi Andalucía.
Recuerdo también a Ignacio,
persona bastante lista,
que ejercía sus funciones
como buen electricista.
Como “sastre” nominaba
a un señor el pueblo entero,
pero no ejercía de sastre
puesto que él era el tendero.
Unos vasitos de vino
y de tapa un mejillón,
he tomada algunas veces
en casa del tío Ramón.
Pedro Pérez era el pintor,
un hombre serio y formal,
que decoraba las casas
de manera primordial.
El trabajo de herrería
lo ejecutaba Ezequiel,
tenía una motocicleta
con la que iba hasta Teruel.
En uno de esos viajes
cuando venía de Teruel,
con un poste kilométrico
el pobre se rompió el pie.
Aurelio era el molinero
que por mi puerta pasaba,
cuando iba hacia el molino
los buenos días me daba.
También conocí allí a Judas,
un popular personaje
que con su “Hispano Suiza”
me llevaba de viaje.
Joselín, otro taxista,
casado con Doña Carmen
que era maestra de escuela
y dio a un hijo mío clases.
Yo me acuerdo de “Perola”
que tenía un bar agradable
donde íbamos a merendar
los domingos por la tarde.
En el salón de festejos
del viejo hotel Ballester,
tomaba café en verano
que me servía Blanquet.
Paredes, era un panadero
que aprovechando el verano,
vendía a los veraneantes
su rico pan artesano.
León era un gran amigo
al que debemos los míos
los braseros que nos llevaba
para quitarnos el frío.
Recuerdo perfectamente
al gran maestro Don Ángel,
que se casó por entonces
con una hija del sastre.
Benito, tenía la empresa
de coches de viajeros,
y aunque él era de “Checa”
Aquí no era forastero.
Maximiano y Mariano
eran guardas forestales,
vigilantes del pinar
de los montes de Bronchales.
Otro Mariano, tratante,
que aunque era hijo del pueblo
venía desde Barcelona
a comprar chotos y corderos.
De nombrar a los mineros
voy a ver si soy capaz,
empezaré por Viguria
que ejercía de capataz.
Luciano, Paulino,
Arcadio, Manuel el frutero,
Isidro Dobón y otro
cuyo nombre no recuerdo.
Formábamos un equipo
dispuesto a colaborar,
de forma mas que loable
en descubrir mineral.
El tío Nicolás, otro amigo,
que tenía una burra parda
en la que subía a mis hijos
montados sobre la albarda.
Recuerdo también a Paco,
secretario de Nogueras,
y si no recuerdo mal
familia de la estanquera.
Otro amigo era Alejandro,
el padre de Maximina,
que se interesaba mucho
por las cosas de la mina.
Mi mujer se acuerda mucho
de una muchacha muy buena
que le ayudaba en la casa
y se llamaba Azucena.
He dejado para el final
a la familia Dobón,
a los que llevaré siempre
dentro de mi corazón.
La señora Ángela era
la matriarca del clan,
era una santa mujer
mucho mas buena que el pan.
En su casa acogía huéspedes
llegados de otros lugares
que se sentían atendidos
igual que en sus propios lares.
Tenía Ángela tres hijas,
Paquita, Angelita y Rosa,
las tres muy trabajadoras,
sencillas y primorosas.
Paquita, la hija mayor,
telefonista local,
atendía bien su trabajo
siempre dispuesta a ayudar.
Angelita era casada
y su marido era Pedro,
Nicolás y Joselín
eran sus hijos, muy buenos.
En los tiempos de que hablo
Rosita no estaba allí,
pues vivía con su marido
Esteban, Guardia Civil.
La señora Ángela tenía
también un hijo, Vicente
que ejercía de fontanero
y era bastante eficiente.
Vicente estaba casado
con su mujer Valentina,
tenían un hijo, Pedrito
y una chiquilla, María.
El tío Fernando, el vaquero,
aragonés muy templado,
maño especial cien por cien
y por los cuatro costados.
Era de Ángela hermano,
y vivía bastante bien
porque toda la familia
lo quería a mas no poder.
Todos estos personajes,
que yo cito de Bronchales,
están en mi corazón
y de ahí no hay quien los saque.
Aunque no puedo citar
a todo el pueblo, los quiero
pues mi corazón es grande
y en él cabe el pueblo entero.
Ya me despido de todos
bronchalinos y bronchalinas,
os abraza un andaluz
que trabajó ahí en la mina
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