Cuaderno de Poesia
Francisco Páez Romero nació el 19 de marzo de 1925 en un pueblo minero del Andévalo de Huelva llamado "La Zarza". Allí pasó su infancia, arropado por sus padres, Juan Antonio e Inés, y por sus cuatro hermanos, Dolores, Pepe, Juan José y Antonio; siempre inocente y feliz, jugando descalzo al recién estrenado fútbol, cazando pajaritos con liria y arbolete, corriendo y riendo por las ya no reconocibles calles de aquel pueblo.
En esa época de hambre y miseria, en la que la palabra lujo se usaba cuando se tenía un trozo más de pan, fue madurando y creciendo; y comenzó a trabajar en la mina mientras se daba cuenta de que era conveniente formarse (se matriculó en Ingeniería Técnica de Minas), aunque siguió como minero hasta que finalizó los estudios, pues su sueldo era esencial. Y así pasó su juventud, entre libros y mineral, con un casco de minero en la cabeza y papel y lápiz en la mano.Y fue en ese mismo pueblo, que él tanto añora, donde conoció al único y gran amor de su vida, María Pinto Vázquez; donde se casó sin más celebración que unas copas de aguardiente y un platito de pestiños hace ahora más de 50 años; donde nacieron dos de sus tres hijos, Juan Antonio y José María; donde aún viven los recuerdos de aquella época, de sus padres, de sus hermanos.
Unos años más tardes, ya como Facultativo, tuvo que partir con su familia lejos del hogar, pero sin abandonar del todo la mina: primero a Bronchales (precioso pueblo de la sierra de Teruel), luego a San Sebastián y más tarde a Peña del Hierro (ya en su cálida tierra), donde nació su tercer hijo, en este caso una hija, Inés.
Francisco fue un gran minero, un gran profesional capaz de arriesgar su vida por salvar a los que estaban a su cargo; valiente, sabiendo que en cualquier momento podía ser tragado por la tierra y no regresar a casa.
Pero un día, con tristeza para él y alivio para su mujer, María, dijo adiós a la mina, un adiós definitivo. Partió hacia Huelva, con toda su familia siempre de la mano, para trabajar en la fábrica, donde permaneció hasta el día de su jubilación. Y fue en Huelva donde se instalo para no abandonarla jamás.
Ahora, ya octogenario, puede sentirse orgulloso de la trayectoria que ha llevado, de la familia que tiene y de la que creó. Siempre sacrificado junto a su esposa para dar a sus hijos un futuro, como lo tuvo él, para educarlos y llevarlos por el que él consideraba el mejor camino, para que fuesen agradecidos y queridos por otros, para que cuando el mundo les diese la espalda no se rindieran.
Y, como he dicho, ya octogenario, y con las piernas lo suficientemente arqueadas como para no poder pasear por el campo y buscar setas, dedica su tiempo a crear, a crear poesía. Las palabras fluyen en su mente y las plasma en forma de verso. Ahora, al fin, podemos leerlas todas juntas.
En este libro, llamado "Cuaderno de poesías", se recogen sus primeros poemas, poemas llenos de vivencias, de alegrías y recuerdos, poemas que reflejan su propia vida.
Atendiendo al tema y aunque aparezcan sin ningún orden, se puede diferenciar tres grupos de poesías. El primero de ellos está compuesto por versos que hablan de la familia del poeta, de sus amigos y conocidos. Con el corazón en vez de con la pluma describe a sus sietes nietos, a su esposa María, a sus compañeros. Y es del corazón de donde salen tan bellas palabras. Un
segundo grupo se lo dedica a la tierra, a la suya, donde nació, y a otras en las que vivió durantes largos periodos. El campo, la mina, el agua…La naturaleza es lo que le inspira. Fantásticos versos llenos de dulzura y de verdad. Y, por último, el tercer grupo lo forman poemas diversos que hablan de obje-
tos, oficios y ocios. Versos cortos pero abundantes de ingenio, versos con
los que puedes llegar a reír y suspirar a la vez.
Son todos estos poemas un relato de su historia, y es este libro un homenaje a la misma, a la vida de Francisco Páez Romero, que con ochenta y dos años de edad ha podido ver cumplido su sueño junto a su familia.
Enhorabuena.
Y para acabar diré que este relato no puede llamarse prólogo, pues si así fuera no sería adecuado escribir: "Te admiro y te quiero". Por ello, lo llamaré simplemente introducción.
Sara Couso Páez
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