EL CABEZO DE LOS RISCOS
EL CABEZO DE LOS RISCOS
Hoy les voy a describirun monte característico
que su cumbre la coronan
enormes y recios riscos.
Del monte del que les hablo
solo se ve la montera,
pues los vacies sepultaron
casi toda su ladera.
Como he dicho, su montera
la ocupan riscos enormes
de una dureza extremada
y estructuras multiformes.
Cuando subes por los vacies,
al entrar en el cabezo,
en forma de carricoche
hay unos riscos dispuestos.
Otros riscos te parecen
que te miran iracundos,
como si fueran fantasmas
que vienen del otro mundo.
Hay también algunos riscos
que encima de otros se elevan,
como si hubieran apostado
a ver quien mas alto llega.
Una pequeña planicie,
en un despiadado suelo,
aunque parezca imposible,
es de turmas un criadero.
La empresa del Perrunal
tiene junto a esta colina,
un depósito de agua
y el polvorín de la misma.
En terreno natural
que con los vacies limita,
se encuentran algunos cristales
de mineral de barita.
Algunos pozos romanos
en las montañas contiguas
denotan investigaciones
de épocas bastante antiguas.
Hay un camino romano
en la falda de este monte,
que debajo de los vacies
como si huyera se esconde.
Cuando termina ese vacie
el camino otra vez ha vuelto,
unos metros más arriba
donde está de Artille el huerto.
Al llegar a Perrunal,
el camino se ha perdido,
unos metros más abajo
de la cruz de los caídos.
Las cuadrigas imperiales
posaron aquí sus ruedas
y dejaron en el suelo
sus inconfundibles huellas.
Cuando por reparación
entre Perrunal y la Zarza
la carretera oficial
la carretera oficial
permanecía cortada,
ese camino romano
ese camino romano
servía como alternativa
a la carretera en obra
que no estaba operativa.
Al cabezo que he descrito,
en mis tiempos de chaval,
junto con otros amigos
hemos subido a jugar.
Entre otras cosas jugábamos
a ver quién con más soltura,
en menos tiempo subía
al risco de más altura.
Y también entre los riscos
jugábamos al esconder,
y a veces nos escondíamos
donde no nos podían ver.
Otras veces de las grietas
que existían entre los riscos
sacamos con una jara
algún conejillo arisco.
Cuando la jara llegaba
a donde estaba el conejo,
el jarapez se pegaba
a los pelos del pellejo.
Entonces con gran cuidado
se le daba alguna vuelta,
y tirando suavemente
se sacaba de la grieta.
De turmas algunas veces
cogíamos unas poquillas,
y nuestras madres en casa
nos hacían una tortilla.
En la planicie del vacie
hicimos un campo de fútbol,
señalando bien las líneas
con ceniza de carburo.
No tengo más que decir
de este singular cabezo,
son vivencias que guardadas
en mi pecho yo las llevo
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