La Velada



LA VELADA. -

Vamos hoy a recordar

a las felices Veladas,

que celebran los mineros

desde épocas pasadas.


Yo recuerdo las Veladas

con sus puestos de turrón,

las Casetas y las tómbolas

y las de tiro pichón.


Recuerdo que cuando niño

me montaba en el “tío vivo”

como no tenía motor

lo empujaban los chiquillos.


Cuando iba a acabar el viaje

avisaban con un pito,

y los chicos que empujaban

se montaban de un saltito.


Aprovechando la inercia

del impulso recibido

aún daban algunas vueltas

que aprovechaban los niños.


Montar en los caballitos

diez céntimos nos costaba,

había quien no los tenía

y esos eran los que empujaban.


Yo tengo muchas Veladas

que en mi memoria he guardado

la del año treinta y seis

es la que más me ha marcado.


Yo recuerdo que de plata,

una peseta me dieron,

y me parecía imposible

el gastar tanto dinero.


También me donaban algo

mis tíos, y otros familiares,

ese año llegué a tener

casi los ocho reales.


Y pensando la manera,

de gastar las dos pesetas,

dándole vueltas al coco

me pasé la tarde entera.


Veinte céntimos en montarme

dos veces en los caballitos,

veinte céntimos en la “ola”

y diez en comparar un pito.


Reservé otros veinte céntimos,

porque tenía muchas ganas

de comprarme una pelota

de esas que había de badana.


Pensé también en la tómbolas

gastarme un par de reales

y si me tocaba un premio

se lo llevaría a mi madre.


Y estando con los amigos

paseando por la Velada,

se corrió el rumor terrible

de que la guerra estallaba.


Se formó tal guirigay

de llantos y griterío,

de los padres y las madres

que buscaban a sus hijos.


Las cuentas que yo había hecho

no sirvieron para nada,

pues ese año, el primer día

se terminó la Velada.


Esa Velada fatídica,

es mejor no recordarla,

voy a ver si soy capaz

de las mejores contarlas.


Varios años estuvimos

sin disfrutar la Velada,

pues la población estaba

por la guerra muy marcada.


Pero en los años cuarenta,

resucitó la Velada,

como queriendo la gente

olvidar cosas pasadas.


Volvieron los cacharritos,

las tómbolas y las casetas

y el alumbrado que daba

vistosidad a la fiesta.


Hubo partidos de fútbol

y compañías de teatro,

puestos de dulces y turrón

y el hombre que hacía retratos.


Palos untados de sebo,

que servían como cucañas,

que solo las conseguían

los que subían con más maña.


Los cohetes describían

un luminoso sendero,

y luego en todo lo alto

explotaban con estruendo.


A la una de la noche

como cosa inolvidable,

recuerdo que se encendían

los fuegos artificiales.


La exposición de estos fuegos

a todos nos deslumbraba,

pero la traca final

a todos nos asustaba.


Además estaban los bailes

de las distintas casetas,

y muchísimas más cosas

para gozar de las fiestas.


Una cervecita fresca,

con una ración de gambas,

un trozo de buen turrón,

un helado, una sultana.


Todo eso contribuía,

a que muy bien lo pasaras,

y un chocolate con churros

pasada la madrugada.


Luego tenías que esperar

nervioso ya por las ganas

de que la banda tocara

la imprescindible “Diana”.


La banda de música era,

la que dirigía la marcha,

la vuelta a la carretera

con la Diana se daba.


Gigantes y cabezudos,

hacían con mucho cariño,

piruetas que alegraban

a los embobados niños.


Los hombres acompañaban

la Diana alegremente,

y unos a otros se pasaban

el bote del aguardiente.


Después de una hora larga

que duraba el recorrido,

había que irse a descansar

porque estábamos rendidos.


Había que dormir ligeros

hasta después de la siesta,

porque teníamos tres días

que disfrutar de la fiesta.


De esas fiestas entrañables

de esos momentos amenos,

no podemos olvidarnos

porque es patrimonio nuestro.


Gracias a Dios, las Veladas

se continúan disfrutando

y ojalá toda la vida

se sigan organizando.


Estos versos que he escrito

no tienen más pretensión

que decir que las Veladas

las guardo en el corazón.


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